Vertical y filosa, la vidriera es la guillotina de las tentaciones. Solo pueden atravesarla, sin riesgo y con relativo éxito, las miradas, el dinero, las tarjetas de crédito y los adoquines. Y tal vez los deseos. Porque el deseo aferra lo que quiere antes que la mano, y una vez que lo aferra no lo suelta y se pone a convencer a la mano para que vaya a buscar lo que parece suyo pero no es suyo. Si lo miro fijo me lo veo puesto, si me lo veo puesto me parece mío y cuando es mío desaparecen todas las vidrieras del mundo. Pero no siempre el deseo convence a la mano, solo tal vez. Depende del empeño de la mirada, de la vileza del metal, de la solvencia del crédito o de la bravura de los adoquines.
Muy mal bicho el que inventó las vidrieras. Porque hay que ser mal bicho para dejar pasar a los ojos y no dejar pasar a la gente. Uno va lo mas conforme por ahí con lo puesto y de golpe, detrás del hielo invisible de los vidrios, el calorcito que despide la tentación de algo mas que quiere tener el que tiene y algo menos que no tiene el que no tiene.
Todo parece indicar que entre el desprevenido deseoso y el objeto deseado no hay mas que un paso, pero no, primero están los vidrios, un tajo azul en la sangre roja avisando que hay mas distancia de la que pensamos. No me vas a decir que nunca te acercaste tanto para ver mejor el objeto deseado que te terminaste comiendo la vidriera con la frente. Ahí es cuando aprendemos que el vidrio no se rompe si no lo rompe uno. Siempre después que las vidrieras nos hayan hecho añicos el cristal de los deseos.
Las vidrieras del tercer mundo son las ventanas del primero. De aquel lado están los deseos cumplidos, las Nike Rival Shox Leather, los Lee Bootcut Original, las Barbie Gerl Fashion Fiver, la hamburguesa Doble de Mac Donald´s y la madre que los parió. De este lado, la paciencia de los pies descalzos, la esperanza del pantalón emparchado, las manos vacías de letras, la moneda ausente, el pan de ayer, el hambre para mañana, la ñata contra el vidrio y la puta calle.
Las vidrieras tendrían que ser de agua colgada para poder pasar, mojado aunque sea, pero poder pasar. Que al pobre se le moje la ropa y al rico las tarjetas de crédito, y a ver quien paga efectivo. O que los deseos sean adoquines, y a ver quien es el que desea mas fuerte. O que las vidrieras estén siempre empañadas para que, al menos, el que no quiera ver, que no vea, y que el que quiera ver tenga que pasar la mano por el vidrio y palpar así el límite preciso entre el puedo y el no puedo. Porque el límite impreciso es el deseo.
1 comentario:
que verdades q dices tomi....malditas vidrieras....
habla la juglaresa q quedo encantada porq el conejo va a decir q la conoce por artista....
sos un grosso tomi, reitero una y otra vez.
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