martes, 27 de noviembre de 2007

El ángel de lata

LOS VUELOS RASANTES DEL ÁNGEL DELATOR
El ángel del serrucho
En los alrededores de Jerusalén prolifera un arbusto que alcanza a medir unos quince o veinte centímetros de altura y tiene unas ramas curvas armadas de espinas que crecen de a pares en el mismo punto con la peculiaridad de que una de ellas es recta y la otra encorvada. Se lo conoce popularmente como jujube pero su nombre científico es ziziphus spina christi. Esta especie de espinillo no tendría ni la mas mínima relevancia si no fuera porque se cree que con sus ramas se trenzó la corona de espinas con que ciñeron a Jesucristo el día de su crucifixión hace ya mil novecientos setenta y cinco años, y aunque es apenas mencionada solo por tres de los evangelistas y esporádicamente por los primeros sacerdotes cristianos, en los primeros seis siglos no son muchos los escritores que hacen referencia a ella como una reliquia conocida, en existencia y venerada por los creyentes.
Como es lógico de suponer se generaron multitud de versiones sobre el paradero de las sesenta o setenta espinas de aquella corona desde que San Luis las separó de las ramas para repartirlas hasta que, entregadas por María de Escocia a Tomás Percy Earl de Northumberland, las dos que supuestamente han sobrevivido hasta nuestros días son veneradas actualmente, una en la iglesia de Ghent, en Bélgica, y la otra en la universidad jesuítica de Stonyhurst en Lancashire, Inglaterra.
La versión de que una tercera espina estaría oculta en la vicaría del Sagrado Corazón del barrio
Ludueña de Rosario basa sus fundamentos en la leyenda del ángel del serrucho, quien, al ser designado por dios para liberar a Jesucristo de la corona de espinas, acorazó su cuerpo con latas para no lastimarse en el intento, calculó la dureza de la diadema y se armó de un serrucho poniéndose manos a la obra. Ya sobre la cabeza de Jesucristo, agarró una de las espinas de la corona y aunque lo hizo con mucho cuidado no pudo evitar ensartársela en un dedo. Sintió la puntada pero no le dio importancia y apoyando el serrucho cortó la espina, la desclavó y la tiró. Jesucristo sintió un pequeño alivio al tiempo que el ángel del serrucho sentía una pequeña molestia. Fue un instante, porque en el lugar de la espina truncada creció otra inmediatamente y se incrustó en la mismísima herida que había originado la espina anterior en la frente de Jesucristo. El ángel del serrucho levantó la espina seccionada y voló hasta aquella vicaría donde la escondió para luego volver a su estoica tarea que, según ya se había percatado al ver que las espinas amputadas renacían, resultaría interminable, como así lo fue.
Los rosarinos llevan su propia corona de espinas sobre la cabeza y se la tratan de sacar como mejor pueden. La tarea es ardua y necesita de un empeño meticuloso. Cuando logran deshacerse de algunas, crecen otras en su lugar, se vuelven a hincar en sus frentes y finalmente se van acostumbrando a andar con ellas por la calle. A algunos se les nota tanto que despiertan en los demás ese urgente instinto de ayudar incluso olvidando que también ellos están necesitando ayuda.
Así pues, mas que esa tercera espina sobreviviente de la corona de Jesucristo, el que pasó a la fama en Rosario fue este estoico angelito acorazado de latas al que los rosarinos decidieron imitar prestándose desinteresada colaboración para desespinarse unos a otros y comprobar que a pesar de sus propias espinas tienen la capacidad suficiente para fijarse en las espinas de los demás.
Yo creo que si el cura párroco de la Vicaría del Sagrado Corazón de Ludueña encontrase aquella primera espina que escondió el ángel del serrucho, ni se le pasaría por la cabeza bendecirla y sacarle provecho convertida en punto de peregrinación y la tiraría a la revoleadísima mierda.
Pero el que la quiera buscar y vendérsela al mejor postor, que la busque, porque la va a encontrar. Puede que tal como las otras dos ciudades antes mencionadas, Rosario se saque una espina e incremente su turismo.
Amén.

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