sábado, 24 de noviembre de 2007

El angel de lata

LOS VUELOS RASANTES DEL ÁNGEL DELATOR
Asesinos seriales
Hoy en el techo del monumento hace un frío de la san puta pero se ve Rosario tan lindo que te hace sentir calor. Buenos Aires ni se ve de tan grande que es Rosario y Rosario se ve como si fuera de juguete de tan grande que son mis manos. Llegar hasta aquí no es demasiado difícil para nosotros, los ángeles de lata y, la verdad sea dicha, para ningún rosarino que se precie de tal. Digo esto porque todos deberíamos saber a esta altura de los acontecimientos que los habitantes de esta ciudad volamos, cuando no corremos. El único inconveniente son aquellos a los que se les ocurre volar en círculos y no en bandada.
Me siento en el borde y miro para los cuatro puntos cardinales. Desde aquí arriba se ve venir el río de frente, los camalotes, los barcos, las crecientes y el mapa de Rosario.
Las calles parecen un dibujo hecho con regla y escuadra, la gente también. Puntitos que van y vienen trayendo y llevando sus problemas en lugar de tirarlos en las bocas de tormentas, en las alcantarillas o en los container de la basura. Puntitos que forman la cara del mapa, puntitos que hacen que el mapa viva y se muera un poco.
Las lucecitas tiemblan cuando se zambullen en el reflejo del padre de los ríos, los sauces de la isla meten la punta de sus pies en el agua tratando de cruzar para este lado de una vez por todas y un montón de ventanas iluminadas cuentan anécdotas eternas de la vida entre cuatro paredes. Mas allá, cerca del horizonte, cuando la altura de los edificios agacha la cabeza para no dársela contra el cielo, parece que todo se derrumbara y se convirtiese en miseria y en mas anécdotas eternas de la vida.
Entonces, cuando el aire me refresca la punta de las alas, empiezo a sentir la furia de estar vivo. Siento el segundero del tiempo en el pulso de mi corazón. Quiero que ya sea mañana y despabilarme estirando las alas en el medio de la justicia de la mano de Yanina García, de Juan Delgado, de Graciela Acosta, de Rubén Pereyra, de Ricardo Villalba, de Walter Campos, de Marcelo Pacini y de Graciela Machado y ver como Claudio, en lugar de subirse al techo de la escuelita se sube al techo del monumento y vuelve a gritar ¡Hijos de puta, dejen de tirar que hay pibes comiendo!, pero esta vez nadie sufre, nadie muere, nadie miente, y vuelven a brillar los campos de trigo y de maíz para que Rosario vuelva a ser la capital de los cereales y no la capital de los asesinos seriales.

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