LOS VUELOS RASANTES DEL ÁNGEL DELATOR
Otra vez será
Un dios latinoamericano, acodado en las ramas más altas de un ombú al que el respeto le hacía temblar las hojas, hizo un gesto así, con la mano, como diciendo Latinoamérica es mía. Se acariciaba la barba y tecleaba con un dedo la notebook apoyada en una nube pasajera leyendo una Web de ofertas de regalos made in para estas felices fiestas.
Mientras tanto el papá Noel argentino se empeñaba en reparar los juguetes que había encontrado revolviendo el basural. Muñecas sin brazos, pelotas de fútbol desgajadas y autitos sin rueditas. A las muñecas les enganchaba los brazos sueltos con un alambre, a las pelotas de fútbol las untaba con grasa de vaca y a los autitos sin rueditas les ponía una ruedita sin autito. La mesa estaba llena de papeles, cinta scoch, pomitos de pega todo, tijeras, pinzas, martillos, almohadillas de alfileres, agujas, hilos de colores, miguitas de imaginación, esperanza, ángeles de lata y cartas de los pibes.
El dios latinoamericano bostezaba y de soslayo controlaba al papá Noel argentino que había quedado en terminar todo para las doce si el tictac de las puntas de las manecillas del reloj del diablo no le tatuaban arrugas de angustia en la cara. Todo sea con tal de ahorrarle un peso al bolsillo agujereado, que al final una muñeca de trapo industria nacional y mirada fija no es menos muñeca que esas de plástico y ojos celestes que se cierran y tienen un sello de Taiwan en la planta del pie.
Pero se había hecho tarde por culpa del sol que es mas lento que un molino sin aire y no corre ni aunque los yanquis se estén robando las tranqueras de la Patagonia.
Se había hecho tarde y el dramatismo de la única vela pintaba con el pincel de la llamita el interior del rancho de color naranja atómico. Afuera María miraba al dios latinoamericano con las brasas encendidas preguntando la hora y a ver si terminará para las doce este condenado y todo el campo estaba azul como el manto de la virgen. El dios latinoamericano entornaba los ojos al cielo con el índice creador posado por las dudas en la tecla enter de un servicio de mensajería urgente puerta a puerta y rezaba un padre nuestro aunque él sea guacho.
A las doce dan las doce campanadas y millones de pequeños corazones demandantes rodearán los árboles de navidad y buscaran entre sus ramas un paquete con un moño por mas que no hubiera un paquete con moño.
El papá Noel argentino trata de cumplir como todos los años aunque la deuda eterna nacional venga degollando navidades y escurra las sonrisas de los niños de dios por las bocas de tormenta de las veredas argentinas. Trata de cumplir aunque el desempleo venga amputando felices años nuevos y arroje los dedos del sueldo mínimo a los chanchos. Trata de cumplir aunque la economía tale los árboles de navidad y deje en la penumbra del comedor las lucecitas intermitentes quemadas. Trata de cumplir aunque el dólar venga boleando cachilos y el euro pavos rellenos y entre las dos monedas de una sola cara tiren la canasta familiar a la mierda.
A las doce menos cinco el papá Noel argentino se ajustó el cinturón lleno de monedas, se puso un sombrero de ala ancha, se cargó el enorme costal lleno de regalos envueltos en papeles de diario pintados con acuarela al hombro, le dio un sorbo al mate del estribo, se mojó la punta del índice y del pulgar con saliva y los apoyó en la mecha de la vela que hizo pssst y se apagó. Afuera el caballito zapateo preparando el vuelo y los teros vigilantes le chusmearon a la virgen que el papá Noel argentino se iba. El dios latinoamericano cerró la notebook, la luz de la pantalla dejó de iluminarle la cara y se recostó como si hubiera trabajado un año seguido. La virgen suspiró aliviada y en el suspiro dijo ay dios mío ay dios mío.
A las doce y un segundo el papá Noel argentino ya había cumplido, se había sacado las espuelas y había repartido en lugar de una espeluznante cantidad de pedidos de playstations, celulares y emepetreses, un sinnúmero de juguetes recauchutados con una millonada de tarjetitas que decían “otra vez será”.
Mientras tanto el papá Noel argentino se empeñaba en reparar los juguetes que había encontrado revolviendo el basural. Muñecas sin brazos, pelotas de fútbol desgajadas y autitos sin rueditas. A las muñecas les enganchaba los brazos sueltos con un alambre, a las pelotas de fútbol las untaba con grasa de vaca y a los autitos sin rueditas les ponía una ruedita sin autito. La mesa estaba llena de papeles, cinta scoch, pomitos de pega todo, tijeras, pinzas, martillos, almohadillas de alfileres, agujas, hilos de colores, miguitas de imaginación, esperanza, ángeles de lata y cartas de los pibes.
El dios latinoamericano bostezaba y de soslayo controlaba al papá Noel argentino que había quedado en terminar todo para las doce si el tictac de las puntas de las manecillas del reloj del diablo no le tatuaban arrugas de angustia en la cara. Todo sea con tal de ahorrarle un peso al bolsillo agujereado, que al final una muñeca de trapo industria nacional y mirada fija no es menos muñeca que esas de plástico y ojos celestes que se cierran y tienen un sello de Taiwan en la planta del pie.
Pero se había hecho tarde por culpa del sol que es mas lento que un molino sin aire y no corre ni aunque los yanquis se estén robando las tranqueras de la Patagonia.
Se había hecho tarde y el dramatismo de la única vela pintaba con el pincel de la llamita el interior del rancho de color naranja atómico. Afuera María miraba al dios latinoamericano con las brasas encendidas preguntando la hora y a ver si terminará para las doce este condenado y todo el campo estaba azul como el manto de la virgen. El dios latinoamericano entornaba los ojos al cielo con el índice creador posado por las dudas en la tecla enter de un servicio de mensajería urgente puerta a puerta y rezaba un padre nuestro aunque él sea guacho.
A las doce dan las doce campanadas y millones de pequeños corazones demandantes rodearán los árboles de navidad y buscaran entre sus ramas un paquete con un moño por mas que no hubiera un paquete con moño.
El papá Noel argentino trata de cumplir como todos los años aunque la deuda eterna nacional venga degollando navidades y escurra las sonrisas de los niños de dios por las bocas de tormenta de las veredas argentinas. Trata de cumplir aunque el desempleo venga amputando felices años nuevos y arroje los dedos del sueldo mínimo a los chanchos. Trata de cumplir aunque la economía tale los árboles de navidad y deje en la penumbra del comedor las lucecitas intermitentes quemadas. Trata de cumplir aunque el dólar venga boleando cachilos y el euro pavos rellenos y entre las dos monedas de una sola cara tiren la canasta familiar a la mierda.
A las doce menos cinco el papá Noel argentino se ajustó el cinturón lleno de monedas, se puso un sombrero de ala ancha, se cargó el enorme costal lleno de regalos envueltos en papeles de diario pintados con acuarela al hombro, le dio un sorbo al mate del estribo, se mojó la punta del índice y del pulgar con saliva y los apoyó en la mecha de la vela que hizo pssst y se apagó. Afuera el caballito zapateo preparando el vuelo y los teros vigilantes le chusmearon a la virgen que el papá Noel argentino se iba. El dios latinoamericano cerró la notebook, la luz de la pantalla dejó de iluminarle la cara y se recostó como si hubiera trabajado un año seguido. La virgen suspiró aliviada y en el suspiro dijo ay dios mío ay dios mío.
A las doce y un segundo el papá Noel argentino ya había cumplido, se había sacado las espuelas y había repartido en lugar de una espeluznante cantidad de pedidos de playstations, celulares y emepetreses, un sinnúmero de juguetes recauchutados con una millonada de tarjetitas que decían “otra vez será”.
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