sábado, 8 de diciembre de 2007

Cuento Alimento

CUENTO ALIMENTO
Entre mentas y poleos
Aunque cada veinticuatro de diciembre su mujer lo preparaba con religiosa meticulosidad, la sola presencia del pavo relleno apesadumbraba a Fantasio, ni que decir de los sándwich de miga, los turrones, las garrapiñadas, los confites, las nueces, las almendras y la champaña que acompañaban al pavo, así que como cada año, con un esfuerzo sobrehumano, volvió a alcanzar la puerta y se fue a dar una vuelta. Siempre había sido un poco angurriento y la tentación de picar algo le ganaba por goleada a cualquier dieta que emprendiera. Pero no era la glotonería lo que le acongojaba el alma, era la culpa, y es que a pesar de la prosperidad de su familia, Fantasio no podía olvidar que mientras él y los suyos comían por demás, había mucha gente que comía de menos y esta idea se le hacía insoportable sobre todo cuando llegaban las fiestas.
La tarde estaba desierta, hacía mucho calor y la frente se le fue llenando de gotitas de transpiración a medida que caminaba. Por fin encontró un sauce y a su sombra se dejó caer cuan largo y ancho era. Cerró los ojos, sintió un poco de fresco y se durmió. Se despertó sobresaltado, mucho mas acalorado que antes y con la sensación de estar rodeado. Una especie de insólito temor se había apoderado de sus nervios, ni siquiera se atrevía a bajar la vista de la copa del árbol lleno de destellos de sol y observar a su alrededor. Entonces volvió a cerrar los ojos como intentando reconciliar el sueño pero la intriga se adueñó de su modorra, así que con un rápido movimiento se sentó.
Quedó estupefacto. A sus pies había una enorme cantidad de gente de muy escasa estatura vestida de una forma por demás de extraña. No había uno solo de ellos que le llegara a la altura de la rodilla ni mucho menos.
Cuando se puso de pie, todos al mismo tiempo y en medio de un suave aroma a peperina se le apartaron un poco, y cuando casi al borde del pánico volvió a caer sentado, se le volvieron a arrimar cautelosamente.
Sintió como si las gotitas de transpiración de su frente se hubieran transformado en un mar perpendicular que se le derramaba hacia la nariz. Instintivamente quiso secarse y fue ahí cuando se dio cuenta que tenía la mano enfundada en un guante. -¡Ah!, ¡¿Qué me hicieron?!- Preguntó entre chillidos aterradores mientras se miraba desorbitado, y es que al principio, como el guante era rojo, creyó que los enanos lo habían despellejado o algo parecido. Pero no había sido tan grave. Los tipitos solo lo habían disfrazado con el sacón y los pantalones de Papá Noel.
De ahí provenía el agobiante calor que le invadía el cuerpo entero, de ahí y de la barba enganchada en las orejas, del cinturón que le ajustaba la panza, del gorro ribeteado con esa hirviente lanita blanca que le calcinaba los sesos y de las botas que le habían calzado encima mismo de las alpargatas.
Cuando dejó de gritar, uno de los pequeños personajes se adelantó al grupo, frunció el seño, entrecerró los ojos y apoyándose suavemente el índice en los labios le pidió silencio. -¿No ves que están todos durmiendo la siesta?- le reprochó con una voz entre ronca y aflautada.
Fantasio, se diría que hasta mas obediente que cagado, asintió con la cabeza mientras se tapaba la boca con ambas manos enguantadas y abría los ojos mas grandes todavía.
Vamos a ver... a vos te toca hacer de Papá Noel en Córdoba- prosiguió el hombrecito mientras se mecía la barba con los dedos y revisaba un pergamino amarillento y arrugado. -Supongo que no creerás que hay un solo Papá Noel para atender a todo el mundo ¿verdad?-. Fantasio asintió sacudiendo la cabeza a pesar de que no creía que existiera ni medio papá Noel. -...Bien...- Prosiguió su diminuto interlocutor -Vos pedinos lo que quieras, nosotros somos los encargados de darte lo que necesités para que los changuitos pasen una noche feliz-.
Fantasio no podía creer lo que estaba escuchando, se volvió a mirar el disfraz detenidamente, las manos con los guantes rojos, el gorro con el pompón blanco y sobre todo el cinturón, ese cinturón que no hacía mas que recordarle la comida de sobra y la gente con hambre. Pasó de tener un miedo descontrolado a estar tiernamente conmovido. Se empezó a sentir emocionado, era la oportunidad de resarcirse de su gula y ayudar a mitigar el hambre de los demás, buscaba en el aire los ingredientes de sus deseos, los ojos se le empañaron de unas lagrimitas tibias que le enturbiaban la vista, una idea brillante se hizo cargo de su voz y le trepaba por el pecho como la erupción de un volcán, se puso de pie y saltando de aquí para allá gritó una y otra vez invadido por una inconmensurable alegría -¡Una olla!...¡Necesito una olla!... ¡Nada mas que una olla!-. Los enanos enmudecieron y lo miraban sin articular palabra mientras se abrían en círculo a medida que seguían su trayectoria hasta que por fin el que había hecho la oferta exclamó -¡Baaastá!, ¡Silencio!, ¡¿Cómo que una olla?!-, a lo que Fantasio especificó entusiasmado -¡Si, sí!...¡Una olla para cocinar!...¡Nada más!-.
Esa noche, en una enorme olla que llevaron los duendes cocinó todo el remanente que había traído de su casa para saciar el apetito de un montón de changuitos que recibieron un plato de comida como un regalo de navidad, estaba tan feliz que no quería que la cena se terminara nunca y tanto es así que cuando todos estaban a punto de irse a dormir le vieron arrastrando la enorme olla hacia el río con la excusa de tener que lavarla, pero solo trataba de eternizar ese momento para siempre.
Al día siguiente los invitados volvieron a donde le habían dejado. Era un día de muchísimo calor pero esperaron, y tanto esperaron que se amodorraron y se zambulleron para refrescarse, lo siguieron esperando y desesperando, lo buscaron entre las rocas crepitantes, lo terminaron rastreando entre las mentas y los poleos y hasta lo bucearon en el fondo del río y en los arreboles del cielo, pero Fantasio jamás fue vuelto a ver y desde ese día y en su honor el balneario que está junto al río San Antonio lleva su nombre.
Pero todavía queda un dato verdaderamente sorprendente. No muy lejos de este lugar fue encontrada la olla que habían traído los duendes, razón por la cual a este otro balneario lo llamaron, y valga la redundancia, La Olla, es mas, cuentan los baqueanos que, según como se muevan algunas de las prehistóricas piedras, aún se la puede ver brillar en el fondo del río y quien con la suerte de verla cuente, predicen, nunca será abandonado por la prosperidad. Pueden comprobarlo ustedes mismos, si así lo desean.

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