lunes, 28 de marzo de 2011

The small dead man (El muertito)

Motives skates for vests / the Tomi registered trademark / Record of the intellectual property / Prohibited his partial or total reproduction / Click on the images to extend / The copyrights are sold. Consult in this blog.

lunes, 21 de marzo de 2011

El inconclusismo plástico

Cupido y el licántropo (dibujo inconcluso) / lápiz sanguina, pastel amarillo, y pastel blanco sobre papel madera / Click sobre las imágenes para ampliar.

Viendo las escenas del tsunami provocado por el terremoto de Japón, me volvió a la memoria una idea recurrente que tengo desde hace algunos años y, de alguna manera, sostenida por la impactante sensación que invariablemente me produce encontrar traspapelado en algún cajón un dibujo sin terminar con sus entrañas, sus muñones o sus deformidades al desnudo, una idea recurrente que por un lado me hace sentir un empuje incontenible por expresar el arte aunque me cague de hambre y por otro una sensación, en gran medida indescriptible, que me convence de la inutilidad de hacerlo. Esta vez escenificada en algún barrio suburbano de la costa japonesa, la idea recurrente me mostraba un cuadro a medio pintar sobre el caballete, algunos pinceles expectantes en la mesa y otros cuantos descansando en forma de ramilletes inmóviles dentro de sus recipientes, una paleta enmarañada de pequeñas montañitas de colores, unos cuantos bocetos apilados y todo el atelier inmerso en un silencio decididamente vital (nunca sepulcral, como se suele decir) y conservado en una esperanzadora nube de olor a trementina. Entonces, suavemente, el punto de vista se me desliza por la ventana y a vuelo de pájaro recorre parte de la ciudad dominada por la calma chicha, atontada por la calma que precede a las grandes tormentas, se posa sobre el estante de una pinturería artística y desde allí, de forma cenital, divisa al dueño del atelier, al pintor que con el abrigo puesto encima de una camisa manchada, le señala al tendero el envase del color de óleo que busca entusiasmado para continuar su obra en el preciso instante en que todo comienza a temblar, en el segundo fatídico en el que la tierra abre una grieta abismal bajo sus pies, se lo engulle así, de sopetón, y se vuelve a cerrar mientras una ola gigante y espectral se cierne sobre la ciudad, sobre la gente, sobre el silencio ahora sí decididamente sepulcral del atelier y sobre el cuadro ya definitivamente inconcluso. En realidad, la idea recurrente no es del todo apocalíptica, ni demasiado pesimista, ni tan pero tan definitiva por más que lo parezca. Solo un poco, le queda un último aliento para rescatar la sinceridad de lo inacabado, la atractiva intriga del final abierto, la interesantísima belleza de lo inconcluso, algo así como el Esclavo que despierta, de Miguel Ángel, o la Adorazione dei Magi, de Leonardo da Vinci, o el postrer dibujo que se le cayó de las manos al prolífico Picasso desde su lecho de muerte al piso, sumado a ese dibujo traspapelado y sin terminar que encuentro cada tanto en algún cajón. En pocas palabras, una corriente artística que bien podría llamarse inconclusismo, cuyos basamentos estarían justificados por los incontables apremios ecológicos en los que el siglo XXI ha sumido a la humanidad entera y por ende, al arte (vaya este relato como un gran abrazo al pueblo japonés).

martes, 15 de marzo de 2011

La vida de los dibujos

Niño máquina I y Niño máquina II / 40 cm. x 30 cm. / Lápiz grafito Othelo 6B, pasteles, lápices de colores y difumino sobre papel madera / Click sobre las imágenes para ampliar.

Hace poco le regalé un dibujo a una encantadora amiguita que me lo pidió. Ella me prestó sus propias pinturitas, unos papeles y su precioso tiempo para que lo haga. Me senté en la mesa ante su atenta vigilancia, elegí un lápiz, lo tomé con el índice, el pulgar y el dedo medio y lo acaricié como tanteando su peso, como amoldándolo a mi mano, como entibiándolo para que funcione de forma correcta, mientras que, con la mano izquierda, acomodaba el papel como ubicándolo sobre un lugar que tuviera ya designado sobre esa mesa, como asentándolo en una perspectiva concreta, como enfocándolo en el trayecto de mi mirada, en realidad, todas excusas que utilizo para darme tiempo e ir buscando en mi archivo mental qué hacer sobre el papel en blanco. Puesto otras veces en situaciones como éstas, propias de un dibujante adulto, y una vez que tengo decidido qué hacer sobre el papel, fui adquiriendo la costumbre (y me veo en la constante obligación) de dar una breve explicación histórica del dibujo en cuestión a medida que hago los primeros trazos, lo que siempre me termina resultando muy útil tanto para dejarle en claro al circunstancial testigo como para recordármelo a mi mismo, que lo que allí ocurra no se tratará de un hecho mágico sino de una condición natural que todos tenemos la posibilidad de llevar a cabo siempre y cuando respetemos el devenir de los tiempos. Así que, en este caso, le fui contando a mi encantadora amiguita la historia de los niños máquina que habían surgido allá por el año 2000, mientras iba dibujando a uno de ellos en el año 2011.


Por lo general las ideas de los dibujos que uno hace andan germinando y merodeando nuestro cerebro desde el mismo momento en el que somos gestados (o al menos eso es lo que me gusta pensar a mi). Finalmente logran alcanzar una madurez prudencial y un día se nos presentan como un fantasma en el medio de la cabeza, se nos van resbalando por el pulso y se desparraman por el papel como la vida, casi igual que como un hijo que crece y que de a poco se quiere escapar a la vereda a la hora de la siesta para vaguear por las esquinas del barrio. La imaginación es la posibilidad de poder ver esa forma, ese color, ese personaje y sus características, todo, incluido su voz y lo que piensa, antes de que quede plasmado sobre el papel, pero la imaginación no es magia, es tiempo. Y cuando aparece dibujada tampoco es magia, también es tiempo. Tiempo y un poco de valentía, nada mas (ni nada menos).


sábado, 12 de marzo de 2011

Confieso que he vivido fuerte

Tapas de la revista El Víbora de Barcelona / Click sobre las imágenes para ampliar.

Haber tenido la oportunidad de hacer algunas tapas de la mítica revista El Víbora es uno de esos hitos de los cuales de vez en cuando uno puede enorgullecerse, dejar constancia de que ha vivido, y fuerte, como corresponde, no viviendo un mismo día toda la vida, sino viviendo toda la vida en un mismo día. Creo que yo hubiera sido mejor Adán que Adán, porque no hubiera mordido la manzana, me la hubiera zampado entera de un solo mordiscón y me hubiera pirado del paraíso terrenal cagándome de risa de la expulsión divina rumbo al mas inesperado de los infiernos con la Eva de turno a cocoyito. Después uno se serenará, se adecentará, se estupidizará un poco y se tomará todo el tiempo del mundo para hervir las manzanas y comérselas en compota, pero mientras tanto no deberíamos olvidar nunca eso de que la diferencia entre un tipo de éxito y un tipo fracasado radica en que el tipo de éxito ve en el riesgo la oportunidad y el tipo fracasado ve en la oportunidad el riesgo.

jueves, 10 de marzo de 2011

Ayudame a mirar

Por un lado es de agradecer el avance descomunal que nos ha regalado la tecnología en el terreno musical, pero por otro lado nos ha restado algunos espacios trascendentales en otro sentido. Las tapas de los elepé, por ejemplo, eran una vidriera perfecta donde exponer las mas variadas expresiones de las bellas artes y esto se ha ido reduciendo de forma significativa.
Afortunadamente Juan Carlos Baglietto me invitó a colgar una muestra en una de las últimas paredes que quedaban de aquellas galerías antes de que cerraran para siempre y pasaran a limitarse al escueto perímetro de las cajitas del cedé. Tal vez no sea una casualidad que los personajes de la historieta Polenta con pajaritos hayan compartido con la música de Juan el breve pero inmenso mensaje de un cuento de Galeano que parecía prevenirnos de la grandeza de algunas cosas que nos estamos perdiendo con la mirada clavada en el monitor. Aquí les dejo la tapa del elepé de Juan, algunas páginas de Polenta con pajaritos y el inefable cuentito de Galeano, todo ochentero, toda una coincidencia ochentera / Click sobre las imágenes para ampliar.


Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
¡Ayúdame a mirar!
(El libro de los abrazos) Eduardo Galeano

domingo, 6 de marzo de 2011

Alfonso Alonso Aragón

A treinta y cinco años de haber sido suprimidos por la dictadura militar y gracias a la lucha incansable de todas las murgas argentinas con mi amiguita Anais a la cabeza, volverán a celebrarse los días feriados por Carnaval en la República Argentina. Hasta el Conejo de Polenta con pajaritos ya tiene bordado con lentejuelas el nombre de Anais en el pecho de la camiseta de las reivindicaciones / Click sobre las imágenes para ampliar.

http://elmundodeanais.blogspot.com/2009/08/macri-assesino-de-la-cultura.html
http://elmundodeanais.blogspot.com/2009/08/petitorioa-quien-corresponda.html

Esto es la gloria. Y si vuelven los feriados de Carnaval, en Rosario resucita el rey Alfonso, y los rosarinos ya no vamos a tener que seguir cantando aquello de ay, ay, ay, rey Alfonso, que sonso se ha quedado el carnaval. Pongámonos las máscaras, o saquémonoslas por unos días y seamos nuestras propias caricaturas, que tanto joder.

jueves, 3 de marzo de 2011

Memoria Historietórica

Caricaturas para el diario el Ciudadano de la ciudad de Rosario publicadas entre (1998-1999) / Lápiz grafito Othelo 6B, difumino, pasteles y témpera blanca sobre papel madera.

Hace años que hago (entre otras cosas igual de poco serias) caricaturas políticas, y confieso que así como es un deber cívico tener memoria histórica también debería ser casi un deber cívico tener memoria historietórica. El caricaturista hace su trabajo, normalmente, en base a un archivo fotográfico (no como Ramón Columba que iba con papel y lápiz al mismísimo lugar de los hechos, el congreso, por ejemplo), así que con hacer solo una caricatura diaria y trabajando solo algunos años puede uno darse una idea de la cantidad de personajes a los que el caricaturista le clava la mirada hasta terminar su trabajo, y ya cuesta imaginarse a cuanto aumentará la cantidad de caricaturizados si las caricaturas son mas de una por día, y si bien es cierto que muchas veces el personaje será repetido, no es menos cierto que siempre aparece alguno nuevo ni es menos cierto que el repetido, vuelto a caricaturizar en otra postura, se puede considerar toda otra persona. En fin, que al final, con tanto ajetreo fisonómico puede el caricaturista llegar a olvidarse de quién se trataba, qué hacía, cómo se llamaba o lo que es peor, confundir a unos con otros haciendo bueno aquello de da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón. Por otra parte (demás está decirlo) para un caricaturista que se precie de tal, no debería hacer falta poner el nombre debajo de la caricatura, todo lo contrario, el lector debería descubrir de quién se trata con solo darle el primer vistazo a la caricatura o, aunque mas no sea, adivinarlo. Dicho esto, vamos a ver, hagamos un ejercicio de memoria historietórica ¿quiénes carajo son estos?.