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La maestra de la escuela primaria me decía continuamente que mi papá no me tenía que hacer los dibujos en el cuaderno de clases, esta recomendación podría haber frustrado a cualquier guardapolvito almidonado pero no a mí, que lejos de tratar de explicarle que los hacía yo mismo, me quedaba mirándola impávido desde mi innata introspección, uno de mis mecanismos de defensa favoritos, mientras trataba de descifrar si aquella mujer tenía algún problema psicológico o si se los estaba queriendo provocar a mi intelecto. Así fueron mis comienzos, aunque considero que esta anécdota no debería distar demasiado de las de todos los pibes dibujantes de aquella generación, en la cual no puede decirse que existiera el mismo apoyo logístico y espiritual que, aún a pesar de no ser todo lo exuberante que debiera, tienen los pibes dibujantes de hoy. También es probable que por esta razón, algunos años después me haya acostumbrado a sugerir que cada vez que uno se siente a dibujar en ese rinconcito que eligió en su casa, con su papel y su lápiz, debe repetirse a sí mismo y en vos baja para que nadie lo escuche y lo acuse de pedantería, que es el mejor dibujante del mundo, así, hasta creérselo por completo y empezar a publicar humildemente como tal. Mas tarde, el nuevo siglo aportó cantidades estratosféricas de tecnología, y debo reconocer que a pesar de haber estado dentro de una agencia de publicidad europea en el nacimiento mismo de la informática, lejos de darle uso inmediato renegué durante años de ella argumentando que meter los dedos en el teclado de una computadora era lo mismo que meterlos en una cierra eléctrica. Después, como es obvio, las máquinas me ganaron algunos partidos por cansancio, pero, aún así, sepan ustedes que no recuerdo un solo día de mi vida en el que no haya hecho un dibujo con mis propias manos y a eso, con perdón de los navegantes del ciberespacio, le llamo yo tener memoria. O sea, así como existe un realismo mágico latinoamericano en el que la realidad siempre supera a la fantasía, también existe un historietismo mágico latinoamericano donde la memoria empecinadamente supera los olvidos.