CUENTO ALIMENTO
Reality show
Algunas portadas de la revista mensual "La Luciérnaga" de la ciudad de Córdoba, Argentina y la ilustración correspondiente al cuento "Reality Show" de la serie "Cuento Alimento".
Aquella tarde, los siete años de Abelardo habían tenido un impacto emocional muy grande. Un grupo de periodistas de la televisión había invadido el suburbio para hacer un documental, habían bajado de un camión con antena parabólica al que parecían estar conectados por millones de cables como si se tratara de una nave nodriza de ciencia ficción, se intercomunicaban entre sí como guerreros posmodernos de la imagen y el sonido, iban y venían al trote como los mecánicos de la Fórmula uno cuando entra un bólido a hacer un repostaje en boxes, estaban armados con auriculares en las orejas, micrófonos en la boca y cámaras al hombro pegadas a un ojo, y avanzaban por las calles de barro, entre zanjas profundas, como si de los invasores de un futuro hiperdesarrollado se tratara. El escenario era verdaderamente patético. Había llovido tanto que el agua de las zanjas se había unido sobre las calles formando un mar sepia que reflejaba perfectamente las nubes y el vuelo de los pájaros desconcertados, tal cual como si el cielo se hubiera caído a la tierra.
A Abelardo se le habían arrugado los dedos de los pies de tanto andar por el agua, así que, cuando vio la escena, justo se había trepado al sauce llorón que estaba enfrente de la puerta del ranchito de sus papás a esperar que se le sequen un poco. Sintió que se le caía la mandíbula inferior, se acurrucó entre el follaje y con un dedo separó unas ramitas que le molestaban la visón.
Los emisarios de la información mas descarnada avanzaban como un ejercito por entre los pasillos de la villa, fabricaban rampas de madera para sortear los charcos, tendían cableados extensísimos sostenidos en el aire por manos enguantadas, esgrimían micrófonos abrigados con pieles y llevaban a cocoyito las cámaras cubiertas con plásticos para protegerlas de las gotitas.
El papá de Abelardo salió con los pantalones arremangados y el agua cubriéndole los tobillos, la mamá empuñaba una escoba embarrada hasta la mitad del palo. Las cámaras percibieron el movimiento y apuntaron sus teleobjetivos como cíclopes de otro mundo, hicieron zumbar los zoom para enfocar la imagen y se quedaron ahí clavadas como los perros de caza cuando avistan a su presa.
-¿Cómo la están pasando?- Gritó sorpresivamente uno y extendió un micrófono gordo como un arma ínterespacial.
-Para la mierda- contestó el papá de Abelardo -¿cómo carajo querés que la esté pasando-.
Inmediatamente, como si hubiera recibido un disparo en la cultura, el pelotón se abroqueló cuchicheando algo. Todo parecía indicar que la respuesta no era la que buscaban y luego de una breve reflexión se reacomodaron y reemprendieron la marcha sin mostrar el mas mínimo interés por lo que antes de la pregunta parecía haber tenido todo el interés del mundo.
Cuando se evaporó la inundación, mas de dos semanas después, el barrio pareció retomar su fisonomía habitual, solo que los vecinos habían sacado todas sus pertenencias al sol y en cada ventanuco un colchón gastado se secaba junto a la santa paciencia y el desinterés total de los informativos. Fue entonces cuando Abelardo apareció en medio de una siesta con un extraño aparato. Era un montón de tachos de distintas formas y tamaños unidos con hilo de pita y alambres oxidados. Lo llevaba cargado sobre el hombro con una lata de conserva de tomate apoyada en un ojo, las junturas chirriaban, el laterío hacía un barullo bárbaro pero, quieran que no, se parecía bastante a una cámara. Se paró enfrente del ranchito de sus papás y cuando salieron los enfocó, respiró hondo y grito con voz finita -¿Cómo la están pasando?. El papá de Abelardo, esta vez con una sonrisa cómplice de oreja a oreja volvió a contestar -...para la mierda...-
Mucho tiempo después, cuando el cielo se volvió a caer sobre la tierra, Abelardo tuvo que volver al barrio. Sus papás se habían matado trabajando para que estudiara y él se había convertido en director de cine. Al comando de un pelotón informativo avanzó por esas calles que conocía como la palma de su mano. El ejercito le extendía rampas de madera a sus pies, un soldado de la noticia le sostenía un paraguas todo el tiempo sobre su cabeza, el resto le preguntaba absolutamente cada movimiento que debían hacer. Por fin pasaron por enfrente del ranchito de sus papás. Abelardo entornó lentamente los ojos y se detuvo. La comitiva frenó como un tren haciendo maniobras, todos miraron hacia donde el miraba y las cámaras volvieron a apuntar hacia allí su ojo único como el de los cíclopes de otro mundo. El papá de Abelardo, un poco mas encorvado, se asomó como en la misma tormenta pero veinte años después. Unos pasos mas atrás, la mamá parecía estar empuñando la misma escoba. Una voz volvió a gritar la estúpida pregunta sorpresivamente -¿Cómo la están pasando?- Abelardo había levantado la mano de inmediato tratando tapar la boca del periodista pero no pudo evitarlo y se quedó clavándole el ceño fruncido en la desobediencia un instante eterno. El viejo estuvo a punto de contestar aquel “para la mierda, como carajo querés que la esté pasando”... pero, aguzando la mirada detrás de unos anteojos emparchados, vislumbró a Abelardo, y solo atinó a decir -...Bien...bien...- y trató de sonreír un poco. Abelardo entonces, dio la orden de acampar, se sacó los zapatos y cruzó por el barro a buscar a su papá y a su mamá. Las cámaras grabaron todo como un reality show trastocado en la vida misma.
Dicen que un joven escritor le preguntó a Tolstoi qué debía hacer para sentir que pertenecía al pueblo en el que había nacido y al mismo tiempo al universo, a lo que Tolstoi le respondió -Pinta tu aldea y serás universal-.
A Abelardo se le habían arrugado los dedos de los pies de tanto andar por el agua, así que, cuando vio la escena, justo se había trepado al sauce llorón que estaba enfrente de la puerta del ranchito de sus papás a esperar que se le sequen un poco. Sintió que se le caía la mandíbula inferior, se acurrucó entre el follaje y con un dedo separó unas ramitas que le molestaban la visón.
Los emisarios de la información mas descarnada avanzaban como un ejercito por entre los pasillos de la villa, fabricaban rampas de madera para sortear los charcos, tendían cableados extensísimos sostenidos en el aire por manos enguantadas, esgrimían micrófonos abrigados con pieles y llevaban a cocoyito las cámaras cubiertas con plásticos para protegerlas de las gotitas.
El papá de Abelardo salió con los pantalones arremangados y el agua cubriéndole los tobillos, la mamá empuñaba una escoba embarrada hasta la mitad del palo. Las cámaras percibieron el movimiento y apuntaron sus teleobjetivos como cíclopes de otro mundo, hicieron zumbar los zoom para enfocar la imagen y se quedaron ahí clavadas como los perros de caza cuando avistan a su presa.
-¿Cómo la están pasando?- Gritó sorpresivamente uno y extendió un micrófono gordo como un arma ínterespacial.
-Para la mierda- contestó el papá de Abelardo -¿cómo carajo querés que la esté pasando-.
Inmediatamente, como si hubiera recibido un disparo en la cultura, el pelotón se abroqueló cuchicheando algo. Todo parecía indicar que la respuesta no era la que buscaban y luego de una breve reflexión se reacomodaron y reemprendieron la marcha sin mostrar el mas mínimo interés por lo que antes de la pregunta parecía haber tenido todo el interés del mundo.
Cuando se evaporó la inundación, mas de dos semanas después, el barrio pareció retomar su fisonomía habitual, solo que los vecinos habían sacado todas sus pertenencias al sol y en cada ventanuco un colchón gastado se secaba junto a la santa paciencia y el desinterés total de los informativos. Fue entonces cuando Abelardo apareció en medio de una siesta con un extraño aparato. Era un montón de tachos de distintas formas y tamaños unidos con hilo de pita y alambres oxidados. Lo llevaba cargado sobre el hombro con una lata de conserva de tomate apoyada en un ojo, las junturas chirriaban, el laterío hacía un barullo bárbaro pero, quieran que no, se parecía bastante a una cámara. Se paró enfrente del ranchito de sus papás y cuando salieron los enfocó, respiró hondo y grito con voz finita -¿Cómo la están pasando?. El papá de Abelardo, esta vez con una sonrisa cómplice de oreja a oreja volvió a contestar -...para la mierda...-
Mucho tiempo después, cuando el cielo se volvió a caer sobre la tierra, Abelardo tuvo que volver al barrio. Sus papás se habían matado trabajando para que estudiara y él se había convertido en director de cine. Al comando de un pelotón informativo avanzó por esas calles que conocía como la palma de su mano. El ejercito le extendía rampas de madera a sus pies, un soldado de la noticia le sostenía un paraguas todo el tiempo sobre su cabeza, el resto le preguntaba absolutamente cada movimiento que debían hacer. Por fin pasaron por enfrente del ranchito de sus papás. Abelardo entornó lentamente los ojos y se detuvo. La comitiva frenó como un tren haciendo maniobras, todos miraron hacia donde el miraba y las cámaras volvieron a apuntar hacia allí su ojo único como el de los cíclopes de otro mundo. El papá de Abelardo, un poco mas encorvado, se asomó como en la misma tormenta pero veinte años después. Unos pasos mas atrás, la mamá parecía estar empuñando la misma escoba. Una voz volvió a gritar la estúpida pregunta sorpresivamente -¿Cómo la están pasando?- Abelardo había levantado la mano de inmediato tratando tapar la boca del periodista pero no pudo evitarlo y se quedó clavándole el ceño fruncido en la desobediencia un instante eterno. El viejo estuvo a punto de contestar aquel “para la mierda, como carajo querés que la esté pasando”... pero, aguzando la mirada detrás de unos anteojos emparchados, vislumbró a Abelardo, y solo atinó a decir -...Bien...bien...- y trató de sonreír un poco. Abelardo entonces, dio la orden de acampar, se sacó los zapatos y cruzó por el barro a buscar a su papá y a su mamá. Las cámaras grabaron todo como un reality show trastocado en la vida misma.
Dicen que un joven escritor le preguntó a Tolstoi qué debía hacer para sentir que pertenecía al pueblo en el que había nacido y al mismo tiempo al universo, a lo que Tolstoi le respondió -Pinta tu aldea y serás universal-.
18 comentarios:
Mira que pintar aldeas es dificilissssimo, Tomas!!
Ahhh..A Quino una vez lo acusaron de ser un mendocino traidor porque nunca aparecian acequias en sus dibujos!
Claro. El hombre no es profeta en su tierra!
Buenos días Oscarcito:
Eso deciseló a Tolstoi, que fue el que lo dijo.
En los ochentas leí un informe de unos psicólogos que habían seguido el caso de los hijos de refugiados chilenos asilados en España. Cuando llegaron dibujaban su horizonte de cordilleras altísimas e imponentes dominando todo el papel y cuando fueron pasando los años, las cordilleras fueron bajando de altura hasta desaparecer por completo. No me extraña nada que a Quino lo acusaran de traidor a la patria chica por no pintar acequias.
Nosotros, por el momento, no nos emparanoiemos, que nadie es profeta en su tierra.
Luz y Ernaga para todo el mundo! (Diria Valenciaga Trinidad)
¡Jajaja!. ¡Arrasa Valenciaga!. Va imponiendo nuestra santísima trinidad.
visto objetivamente, te has aplicado a escribir a fondo.
Y a dibujar tambien unas bellas portadas tambien ...
Hola Número Uno:
Querrás a decir a escribir en el fondo. Y... si... no me queda mas remedio, hasta allí me arrastró la crisis.
Hace mas de diez años que le hago las portadas a esta revista, Namberguán. Su director fue el pionero en importar a Argentina la idea de La Farola de España, a la que seguramente conocés.
que buenas esas portadas ...son simples pero elaboradas ..un cross a la mandibula sobre todo por su mensaje...
la historia que pusiste,(esta vez la lei entera)estaria buena verla en un capitulo de polenta con pajaritos ...aunque quiza desentone y lleve varias paginas !
salut!
Gracias Matías. Arlt sabía un tocazo y la urgencia domina al mundo. Busquemos el knock out.
esas tapas son buenisimas.
solo en cordoba salen?
abrazo y saludos
echa un ojillo por aca:
http://fragacomics.blogspot.com/2009/03/para-tomi-muller.html
salutes!!!!
Hola Javier:
La Luciérnaga de Córdoba, así como El ángel de lata de Rosario, funcionan como medio de ayuda para lo pibes que la venden, o sea los canillitas, quienes se quedan con la guita del precio de tapa y solo invierten un pequeño porcentaje para la edición del número subsiguiente. La temática se basa en historias de vida de los mismos pibes, por lo tanto es localista a pesar de que la problematica sea global. Sería fantástico que se vendan a nivel nacional.
¡Wow!...¡que emoción recibir semejante homenaje junto al Chavo del Ocho!. ¡Muchísimas gracias Fraga, cómplice!. ¡Gracias Cocolazos!
Ah!yo como cordobes te puedo asegurar que ademas de la buena idea e retribuir esa guita a los chicos de la calle,mucho tiene que ver tus tapas con el exito de esta publicacion Tomi.Yo conocia tus trabajos de la Fierro pero cuando empecé a ver tus tapas en la Luciernaga ahi se acrecento mi admiracion por vos, mas que por el artista por el ser humano.
Un cordial saludo compañero de barricadas.
Compañeros de barricada siempre, Fernandito, hombro con hombro defendiendo la alegría, como pide Mario Benedetti.
Hola Tomi, que fuertes las portadas. HAsta que me fui de Cba en el 2000 yo no habia visto tus ilustraciones .Vos sabras por casualidad en que año empezó este proyecto.Yo lo conoci a Oscar Arias en el 96' y ya hacia rato que la revista circulaba,alguna idea de su añoo de comienzo? gracias
Oscar me llamó un día a Rosario contándome de su publicación, se había enganchado con la historieta Polenta con pajaritos que aparecía en la revista Fierro y me pidió permiso para usar alguna viñeta de portada. Y así fue.
Pero La Luci arrancó un poco antes, Carla, en el noventa y cinco, o sea que ha cumplido los quince años, toda una niña bonita. Te mando besito agradecido por esos recuerdos.
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