lunes, 7 de abril de 2008

La Luciérnaga

CUENTO ALIMENTO
El pinball eterno
Ya no se si me sobran dedos en las manos o me faltan letras en los cuadernos, dice Ignacio, y tampoco se si me faltan cuadernos porque no tuve ni un solo cuaderno en toda mi vida. La vida no parece que fuera la vida cuando el que habla de ella tiene tan pocos años, pero sí que empieza a parecerse cuando el que habla tiene en el registro tantas inasistencias como días hace que empezaron las clases. Tengo tantas ganas de leer, prosigue Ignacio dibujando gestos ampulosos en la atmósfera viciada, como te quieros le debo a mi vieja y tantas ganas de escribir como hojas en blanco hay en el mundo. Tengo tantas ganas de empezar la escuela Alfredo, como vos tenés de que se incendie, le dice apuntándole con el índice al mismísimo Alfredo, que lo mira desencajado desde la botonera del pinball. Y es que para Alfredo, la escuela es algo tan oscuro como la ausencia de uno de los incisivos superiores de su dentadura. ¡¿Escuela?!, ¡Dios me libre y me guarde en una cajita de fósforos!, exclama como cada vez que alguien se la menciona y, como siempre, la máquina le vuelve a tragar la ficha y le escupe a destiempo la bolita plateada convertida en un murciélago oxidado que a duras penas revolotea debajo del cristal entre las luces azules tristes e intermitentes. ¡¿Escuela dijiste?!, ¡Dios me libre y me guarde en una caja de lápices de colores!, repite Alfredo sin tener la mas remota idea de lo que es un dios y mucho menos de lo que son unos lápices de colores, tilda el pinball sacudiéndolo de un puñetazo, se rasca la cabeza con los dedos hechos un ramillete de nervios y mira a Ignacio furioso y con el seño mas fruncido que un bull dog a punto de estornudar. Ignacio se da la vuelta y corre en el aire sin moverse del lugar como los dibujitos animados hasta que el bulldog llega a la carrera y cuando está a punto de morderle el culo la vida se normaliza y los dos salen disparados de la sala de juegos por las veredas de Córdoba capital. Son la viva imagen de la deserción escolar persiguiendo al guardapolvo en ciernes. Ignacio, casi sin aliento, piensa, ¡como me gustaría que las veredas tuvieran renglones para escribir derechito el camino hasta la escuela, cómo me gustaría que la maestra me pusiera un muy bien te felicito al margen de la ignorancia y entre signos de admiración, y cómo me gustaría regalarle a mi vieja todas las materias con nueves y diez. Alfredo, unos metros mas atrás, galopa acomodándose la visera de la gorra para el lado de siempre y gruñe tirando manotazos. El griterío sigue hasta el final de la tarde cuando el sol, redondo y rojo como un cero en matemáticas, decide hacerse la chupina escondiéndose atrás del horizonte curvilíneo de las montañas. Muchos años después se hizo el futuro, Ignacio no había aparecido nunca mas y Alfredo seguía ahí presionando la botonera del pinball eterno, la mirada persiguiendo con desgano la bolita plateada y las luces azules pintándole la cara entre el suspenso del humo del cigarrillo, casi como un ladrón de minutos ocultándose de la policía de las horas. De pronto un tipo de saco, corbata y vos gruesa le pregunta, ¿Alfredo?. Alfredo se da vuelta, cansado, aburrido, entregado, como extendiendo los brazos y mostrando las muñecas culpables para que la ley de la vida le espose la apatía, se acomoda la visera de la gorra para el lado de siempre y lo mira. Ahora se que no me sobran dedos en las manos y tengo un montón de cuadernos llenos de letras, dice Ignacio, y Alfredo lo reconoce, lo abraza y llora un poquito por primera vez en la historia. Dicen que la mejor forma de combatir el analfabetismo es yendo a la escuela y que yendo a la escuela con ganas se combate todavía mejor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Generalmente me doy una vuelta para recrearme un poco me encantan tus dibujos por la técnica y por la imaginación ; pero hoy este ralato me sacudió, me llevó de vuelta a mi Córdoba de estudiante donde estas escenas de niños por la calle hasta la noche yo no podía entender ya que, en mi Río Cuarto casi no se veía.
Grande Tomi, me encantan tus blogs y gracias a Yabar mi profe de dibujo que me contó que existías.

Anónimo dijo...

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