CUENTO ALIMENTO
La teamgeist
El sol caía a pique sobre la villa miseria. Las chapas acanaladas se recortaban con la precisión de unas matemáticas caprichosas, establemente inestables. Nicasio entro cagando aceite por la abertura de la puerta de uno de los ranchitos, hizo ondear apenas la cortina y salio por la abertura opuesta que daba al pasillo del fondo seguido por una línea de humo, como si fuera un avión a chorro atravesando una manzana gigante. Llevaba una pelota Teamgeist auténtica, de las que se usaron para jugar el último mundial, entre los pies. Detrás de él, tres policías transpirados lo perseguían y dos mas que estaban saliendo de un móvil se preparaban para sumarse a la búsqueda y captura. En la esquina diametralmente opuesta otro patrullero frenaba con un chirrido estremecedor, se abrían sus cuatro puertas y descendían cinco policías más. La nube con olor a neumático quemado que despidió el vehículo los hizo perder de vista por un instante, pero se adivinaba que iban al trote intentando tapar las salidas que llevaban de la villa miseria a la laberíntica arboleda para impedir que Nicasio se escapara. Ninguno sabía muy bien porqué no había que dejar que se escapara, el único argumento, tan válido como irreverente, era que, así a primera vista, la impecable blancura inmaculada de la Teamgeist auténtica no encajaba para nada con ese negrito argentino más chueco que una mentira piadosa. Nicasio pensaba lo mismo pero a la velocidad de la luz y desde un punto de vista menos culpabilizador y mas culposo, por lo que parecía estar volviendo en lugar de estar escapando. La pelota iba de un empeine al otro esquivando ladrillos y tristezas, penas y tarros, subidas y bajadas, pozos y terraplenes, cascotes y alambradas. Y así venía desde las veredas desérticas del barrio rico donde se encontró la Teamgeist sola y cagada de sed mientras el vecindario alfabetizado se olvidaba del verano en el oasis de las piletas, desmayada en el césped, como si un dios hubiera despejado el peligro del área chica de las nubes y el pelotazo hubiera caído ahí, tal cual un meteorito esclarecedor sobre la faz de la tierra. Nicasio había levantado la pelota con la cortés intención de devolverla al patio de alguno de los chalets, pero nadie reclamaba nada desde detrás de los elevados tapiales de la alta sociedad. Incluso preguntó a viva voz de quien era esa pelota. Pero nada, o tenían muchas mas o eran mas sordos que el que no quiere oír. Entonces apareció el patrullero y Nicasio decidió que la Teamgeist era de él. Así que los empezó a gambetear.
Las alpargatas no eran el calzado mas indicado para la realización de tanta maniobra brillante, pero en los pies de Nicasio parecían tener, mas que tapones en la suela, alitas como las del dios del comercio en los tobillos. Peor le funcionaban los borceguíes a sus perseguidores, su peso y su dureza no habían sido diseñados para la dulce expresión de las habilidades. La sombra acompañaba a Nicasio a su misma velocidad adaptándose a la morfología del terreno tanto como él parecía adaptarse al aire. Se agachó para eludir las ramas del sauce, clavó los frenos levantando algunas piedritas, pisó la Teamgeist con la planta del pie y volvió a acelerar. Cuando alcanzó un ritmo considerable levantó la vista. Allá adelante, en el otro extremo del pasillo, venían entrando dos policías a la carrera. Rápidamente miró de soslayo hacia ambos lados. Atrás los perseguidores, adelante los refuerzos de los perseguidores, a la derecha las chapas de los ranchos y a la izquierda el alambre de púa. A la izquierda, pensó en un instante. Pellizcó la pelota con el yute de la suela elevándola casi hasta la altura de su cabeza. Nicasio se elevó con ella y dando un golpe de cintura en pleno vuelo le dibujó una media chilena a la siesta. La remerita pasó a un milímetro del alambre de púa pero no se enganchó. Los dos, jugador y pelota, se posaron en el baldío sin detenerse mientras sus perseguidores se trepaban a la alambrada con mucha mas dificultad. A uno de ellos se le prendió una púa en el verde oliva del pantalón y se puso tan furioso que al tironear rasgó la tela y se quedó con el afirmativo culo al aire insultando a todo lo que se movía. Otro saltó bastante mejor y a buena altura, pero la fortuna quiso que se le enredara el cordón del borceguí casi como un cordón umbilical en la alambrada y cayera con toda la furia de boca al piso. A todo esto Nicasio no tenía ni tiempo de mirar atrás, el baldío estaba lleno de pastos altos y plantas de zapallos, escombros y olvidos, basura y recuerdos que debía regatear con destreza. Cuando apareció aquel viejo sillón entre los matorrales, Nicasio apoyó el talón derecho delante de la pelota y la punta del pie izquierdo detrás, realizando una bicicleta magistral que le permitió zanjar el obstáculo sin mayores dificultades. De los tres agentes del orden que habían logrado escapar indemnes de los alambres de púa, uno se torció el tobillo pisando un zapallo y el otro, que venía detrás de éste, se lo llevó por delante estúpidamente. El tercero tomó mayor velocidad para saltar sobre el sillón, pero no calculó bien y apoyó el pié justo sobre uno de los resortes, lo que le hizo desequilibrar el vuelo y caer pesadamente de panza.
Nicasio levanto la Teamgeist esta vez con las rodillas y salto por encima de la alambrada del fondo. Cuando aterrizó suavemente del otro lado, se encontró de frente con uno de los uniformados que había hecho el camino inverso para sorprenderlo. Estaba mas o menos a una docena de pasos mas adelante, agazapado entre dos árboles y con las manos extendidas en cruz. Nicasio, que ya había dejado atrás a diez agentes del orden como a diez adversarios pensó, este debe ser el arquero. Paradójicamente estaba ahí, como un arquero esperando que algún arbitro de la orden de ejecutar. Nicasio piso la Teamgeist, la durmió en el punto del penal y retrocedió dejándola sola por un instante interminable, sin despegar la vista del policía y como para escapar del lugar, pero no. No te voy a abandonar, pensó, sería la pena máxima. Se apoyó las manos en la cintura y esperó que el policía hiciera un mínimo movimiento. La ambición del agente al ver que Nicasio no escapaba le hizo calcular, un tanto apresuradamente quizás, que lo tenía al alcance de las manos. Fue entonces cuando se adelantó unos metros. Pero al mismo tiempo Nicasio dio tres pasos cortitos y pateó de punta con toda la fuerza de sus Alpargatas la delicadeza esférica de la Teamgeist. El policía la vio venir directamente hacia su cara y en una fracción de segundo se alcanzó a agachar tapándose los ojos con las manos. La pelota lo superó y entró pegadita al tronco del paraíso, justo por debajo de un travesaño imaginario en la copa de los árboles. Nicasio pasó como una exhalación a su lado, levantó la pelota a la carrera y se perdió entre la arboleda gritando el gol. Desde entonces nunca mas había sido visto.
Pasaron años y ninguno de los diez agentes que persiguieron aquel mediodía a Nicasio recibió reclamo alguno del barrio alto por una pelota Teamgeist extraviada. O sea que lo más probable, aunque parezca magia, es que la Teamgeist haya caído nomás del cielo. De todos modos la sed de justicia nunca le permite pensar bien a alguna gente. La Teamgeist era redonda y técnicamente perfecta y ese morochito nacional un error del sistema. Pero Nicasio Calixto Indarte jugará en primera en cualquier momento y algunos de aquellos policías, en esa incómoda posición que deben adoptar perdiéndose el espectáculo de espaldas al terreno de juego para vigilar el correcto comportamiento de las tribunas, escuchará sorprendido a la hinchada coreando incansablemente su nombre, girará un poco la cabezota para espiar carcomido por la curiosidad y descubrirá al pibito que aquel mediodía desapareció de la villa con una Teamgeist que al final fue un mensaje del cielo. El futuro es tan impredecible como testarudo. La ley no. La ley es perfectamente predecible y obediente.
Las alpargatas no eran el calzado mas indicado para la realización de tanta maniobra brillante, pero en los pies de Nicasio parecían tener, mas que tapones en la suela, alitas como las del dios del comercio en los tobillos. Peor le funcionaban los borceguíes a sus perseguidores, su peso y su dureza no habían sido diseñados para la dulce expresión de las habilidades. La sombra acompañaba a Nicasio a su misma velocidad adaptándose a la morfología del terreno tanto como él parecía adaptarse al aire. Se agachó para eludir las ramas del sauce, clavó los frenos levantando algunas piedritas, pisó la Teamgeist con la planta del pie y volvió a acelerar. Cuando alcanzó un ritmo considerable levantó la vista. Allá adelante, en el otro extremo del pasillo, venían entrando dos policías a la carrera. Rápidamente miró de soslayo hacia ambos lados. Atrás los perseguidores, adelante los refuerzos de los perseguidores, a la derecha las chapas de los ranchos y a la izquierda el alambre de púa. A la izquierda, pensó en un instante. Pellizcó la pelota con el yute de la suela elevándola casi hasta la altura de su cabeza. Nicasio se elevó con ella y dando un golpe de cintura en pleno vuelo le dibujó una media chilena a la siesta. La remerita pasó a un milímetro del alambre de púa pero no se enganchó. Los dos, jugador y pelota, se posaron en el baldío sin detenerse mientras sus perseguidores se trepaban a la alambrada con mucha mas dificultad. A uno de ellos se le prendió una púa en el verde oliva del pantalón y se puso tan furioso que al tironear rasgó la tela y se quedó con el afirmativo culo al aire insultando a todo lo que se movía. Otro saltó bastante mejor y a buena altura, pero la fortuna quiso que se le enredara el cordón del borceguí casi como un cordón umbilical en la alambrada y cayera con toda la furia de boca al piso. A todo esto Nicasio no tenía ni tiempo de mirar atrás, el baldío estaba lleno de pastos altos y plantas de zapallos, escombros y olvidos, basura y recuerdos que debía regatear con destreza. Cuando apareció aquel viejo sillón entre los matorrales, Nicasio apoyó el talón derecho delante de la pelota y la punta del pie izquierdo detrás, realizando una bicicleta magistral que le permitió zanjar el obstáculo sin mayores dificultades. De los tres agentes del orden que habían logrado escapar indemnes de los alambres de púa, uno se torció el tobillo pisando un zapallo y el otro, que venía detrás de éste, se lo llevó por delante estúpidamente. El tercero tomó mayor velocidad para saltar sobre el sillón, pero no calculó bien y apoyó el pié justo sobre uno de los resortes, lo que le hizo desequilibrar el vuelo y caer pesadamente de panza.
Nicasio levanto la Teamgeist esta vez con las rodillas y salto por encima de la alambrada del fondo. Cuando aterrizó suavemente del otro lado, se encontró de frente con uno de los uniformados que había hecho el camino inverso para sorprenderlo. Estaba mas o menos a una docena de pasos mas adelante, agazapado entre dos árboles y con las manos extendidas en cruz. Nicasio, que ya había dejado atrás a diez agentes del orden como a diez adversarios pensó, este debe ser el arquero. Paradójicamente estaba ahí, como un arquero esperando que algún arbitro de la orden de ejecutar. Nicasio piso la Teamgeist, la durmió en el punto del penal y retrocedió dejándola sola por un instante interminable, sin despegar la vista del policía y como para escapar del lugar, pero no. No te voy a abandonar, pensó, sería la pena máxima. Se apoyó las manos en la cintura y esperó que el policía hiciera un mínimo movimiento. La ambición del agente al ver que Nicasio no escapaba le hizo calcular, un tanto apresuradamente quizás, que lo tenía al alcance de las manos. Fue entonces cuando se adelantó unos metros. Pero al mismo tiempo Nicasio dio tres pasos cortitos y pateó de punta con toda la fuerza de sus Alpargatas la delicadeza esférica de la Teamgeist. El policía la vio venir directamente hacia su cara y en una fracción de segundo se alcanzó a agachar tapándose los ojos con las manos. La pelota lo superó y entró pegadita al tronco del paraíso, justo por debajo de un travesaño imaginario en la copa de los árboles. Nicasio pasó como una exhalación a su lado, levantó la pelota a la carrera y se perdió entre la arboleda gritando el gol. Desde entonces nunca mas había sido visto.
Pasaron años y ninguno de los diez agentes que persiguieron aquel mediodía a Nicasio recibió reclamo alguno del barrio alto por una pelota Teamgeist extraviada. O sea que lo más probable, aunque parezca magia, es que la Teamgeist haya caído nomás del cielo. De todos modos la sed de justicia nunca le permite pensar bien a alguna gente. La Teamgeist era redonda y técnicamente perfecta y ese morochito nacional un error del sistema. Pero Nicasio Calixto Indarte jugará en primera en cualquier momento y algunos de aquellos policías, en esa incómoda posición que deben adoptar perdiéndose el espectáculo de espaldas al terreno de juego para vigilar el correcto comportamiento de las tribunas, escuchará sorprendido a la hinchada coreando incansablemente su nombre, girará un poco la cabezota para espiar carcomido por la curiosidad y descubrirá al pibito que aquel mediodía desapareció de la villa con una Teamgeist que al final fue un mensaje del cielo. El futuro es tan impredecible como testarudo. La ley no. La ley es perfectamente predecible y obediente.
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