El padre de los ríos
Nací en Rosario el 2 de enero de 1955 y mas que un hincha de Rosario Central creo que soy un auténtico canalla. Mi comida favorita contrariamente a lo que podría pensarse nunca fue la polenta con pajaritos sino el guiso de mondongo. Cuando era muy chiquitín gateé hasta el ropero del dormitorio de mis viejos, abrí las puertas y me encontré con dos óleos enmarcados de unos setenta por cincuenta centímetros cada uno, sumergidos en una inquietante capa de polvo. Uno era un paisaje de montaña con una poderosa luz iluminando la cumbre. El otro era una marina y en unas agitadas aguas azules y espumosas un velero resistía el vendaval mágicamente escorado. Los había pintado mi viejo antes de convertirse en bancario y de ellos aprendí el poder humilde de la tierra, la mentira piadosa de la magia y a pasar por la vereda de enfrente de los bancos y las comisarías. Años después, con el corazón castigado, mi viejo se jubiló por invalidez y retomó aquellas dos obras demostrando que no se trataba de invalidez y mucho menos de jubilación sino que el empeño amoroso de los artistas sigue intacto toda la vida, así que los acarició con la palma de la mano, les sacó el polvo de encima y se encendieron como la esperanza en el aire. Mi vieja me enseñó a mirar el cielo desde la terraza y a esperar que se moviera una estrella para pedir tres deseos. No tuve que esperar mucho (es sorprendente la asiduidad con que se mueven las estrellas fugaces) y cada vez que veía pasar una, repetía el mismo deseo tres veces (dibujar, dibujar, dibujar). Ella es como una hada con un lápiz de varita mágica. Le gustaba enseñarme a hacer palotes con forma de patitos. Sus manos eran y son el resumen del control de los movimientos quinestésicos, un pequeño y simple vuelo sobre el papel y aparecía una línea dulce y prodigiosa que desde aquel entonces se convirtió en mi búsqueda constante, el control del garabato. Empujado por estos dos sólidos argumentos no recuerdo un solo día de mi vida en que no haya hecho por lo menos un dibujo, e incluso cuando casi pierdo el índice de la mano derecha en un accidente doméstico (me quedó la primera y la segunda falange colgando de un hilito de piel) aproveché para dibujar con la mano izquierda sin perder el tiempo. Por aquel entonces la portada de un diario sensacionalista con la cara del Ché muerto pasando de mano en mano de los vecinos del barrio se me gravó para siempre. Estaba con los ojos entreabiertos, sonreía y daba toda la impresión de querer seguir viviendo. Me parece que entre ese gesto temerario, mi dedo zurcido y la vacuna antitetánica me empecé a dar cuenta que no era inmortal. También creo que el cuentahilos y el caelidoscopio fueron los artefactos mas conmovedores de mi infancia. Con el cuentahilos me quedé atónito infinidad de siestas observando gigantescas hormigas, monstruosas lombrices y espectaculares mariposas y con el caleidoscopio entré de lleno en la fantasía y me encandilé hasta la casi ceguera persiguiendo con un solo ojo sus efímeras formas y sus inalcanzables colores. Creí que nunca los había alcanzado pero hoy en día suelo descubrir detalles copiados lisa y desvergonzadamente de esas memorias plásticas. Seguí creciendo a las orillas del río Paraná, el padre de los ríos, hasta que casi sin darme cuenta me encapriché con el color de sus aguas. Lo mas parecido que encontré fue el papel madera y desde entonces prácticamente todas mis historietas y mis ilustraciones están hechas sobre ese soporte. No soy un respetuoso de mi trabajo, incluso suelo maltratarlo bastante al mas puro estilo Buonarotti con la rodilla de su Moisés (salvando las distancias, como es de suponer). No tengo interés ni en la critica ni en el aplauso, y sí soy respetuoso del trabajo de los demás porque presiento que todos tenemos un estilo propio al que debemos fomentar gratuitamente. Así que en un rincón de tu cuarto con un papel y un lápiz es inevitable que seas el mejor dibujante del mundo, y mas aún si te repetís (sin que nadie te escuche para no pecar de pedante) que sos el mejor.
Nací en Rosario el 2 de enero de 1955 y mas que un hincha de Rosario Central creo que soy un auténtico canalla. Mi comida favorita contrariamente a lo que podría pensarse nunca fue la polenta con pajaritos sino el guiso de mondongo. Cuando era muy chiquitín gateé hasta el ropero del dormitorio de mis viejos, abrí las puertas y me encontré con dos óleos enmarcados de unos setenta por cincuenta centímetros cada uno, sumergidos en una inquietante capa de polvo. Uno era un paisaje de montaña con una poderosa luz iluminando la cumbre. El otro era una marina y en unas agitadas aguas azules y espumosas un velero resistía el vendaval mágicamente escorado. Los había pintado mi viejo antes de convertirse en bancario y de ellos aprendí el poder humilde de la tierra, la mentira piadosa de la magia y a pasar por la vereda de enfrente de los bancos y las comisarías. Años después, con el corazón castigado, mi viejo se jubiló por invalidez y retomó aquellas dos obras demostrando que no se trataba de invalidez y mucho menos de jubilación sino que el empeño amoroso de los artistas sigue intacto toda la vida, así que los acarició con la palma de la mano, les sacó el polvo de encima y se encendieron como la esperanza en el aire. Mi vieja me enseñó a mirar el cielo desde la terraza y a esperar que se moviera una estrella para pedir tres deseos. No tuve que esperar mucho (es sorprendente la asiduidad con que se mueven las estrellas fugaces) y cada vez que veía pasar una, repetía el mismo deseo tres veces (dibujar, dibujar, dibujar). Ella es como una hada con un lápiz de varita mágica. Le gustaba enseñarme a hacer palotes con forma de patitos. Sus manos eran y son el resumen del control de los movimientos quinestésicos, un pequeño y simple vuelo sobre el papel y aparecía una línea dulce y prodigiosa que desde aquel entonces se convirtió en mi búsqueda constante, el control del garabato. Empujado por estos dos sólidos argumentos no recuerdo un solo día de mi vida en que no haya hecho por lo menos un dibujo, e incluso cuando casi pierdo el índice de la mano derecha en un accidente doméstico (me quedó la primera y la segunda falange colgando de un hilito de piel) aproveché para dibujar con la mano izquierda sin perder el tiempo. Por aquel entonces la portada de un diario sensacionalista con la cara del Ché muerto pasando de mano en mano de los vecinos del barrio se me gravó para siempre. Estaba con los ojos entreabiertos, sonreía y daba toda la impresión de querer seguir viviendo. Me parece que entre ese gesto temerario, mi dedo zurcido y la vacuna antitetánica me empecé a dar cuenta que no era inmortal. También creo que el cuentahilos y el caelidoscopio fueron los artefactos mas conmovedores de mi infancia. Con el cuentahilos me quedé atónito infinidad de siestas observando gigantescas hormigas, monstruosas lombrices y espectaculares mariposas y con el caleidoscopio entré de lleno en la fantasía y me encandilé hasta la casi ceguera persiguiendo con un solo ojo sus efímeras formas y sus inalcanzables colores. Creí que nunca los había alcanzado pero hoy en día suelo descubrir detalles copiados lisa y desvergonzadamente de esas memorias plásticas. Seguí creciendo a las orillas del río Paraná, el padre de los ríos, hasta que casi sin darme cuenta me encapriché con el color de sus aguas. Lo mas parecido que encontré fue el papel madera y desde entonces prácticamente todas mis historietas y mis ilustraciones están hechas sobre ese soporte. No soy un respetuoso de mi trabajo, incluso suelo maltratarlo bastante al mas puro estilo Buonarotti con la rodilla de su Moisés (salvando las distancias, como es de suponer). No tengo interés ni en la critica ni en el aplauso, y sí soy respetuoso del trabajo de los demás porque presiento que todos tenemos un estilo propio al que debemos fomentar gratuitamente. Así que en un rincón de tu cuarto con un papel y un lápiz es inevitable que seas el mejor dibujante del mundo, y mas aún si te repetís (sin que nadie te escuche para no pecar de pedante) que sos el mejor.
13 comentarios:
Por casualidad esta madrugada llegue a este blog poniendo "El Tomi" en esa cosa extraña llamada gùgl.
Me lei ochenta veces Polenta con Pajarito, y Maternicaragua me volo las chapas un par de veces.
Cuando sale le Fierro voy al kiosco del sordo de la esquina de Falcon y Culpina y si no hay nada del Tomi me dan ganas de tirarla a la mierda. Si hay algo, en general lo leo caminando antes de llegar a mi casa esquivando arboles y viejas paseando perros.
Perdon por lo olfa, pero algun canal para expresarlo necesitaba.
he dicho.
Diego
Flores / Ciudad de Bs. As.
Tomi, grosso Tomi.
Estoy sin palabras, con el corazon en la mano
y buscando en el horizonte estrellas fugaces
(dibujar, dibujar, dibujar)
Qué lindo todo eso que decís acá.
Ya lo había leído, publicado en algún otro sitio, hace algún tiempo.
Pero es muy lindo de releer.
tomi sos,como dijieron arriba,un grosso.busco x todos lados tus historietas de la revista fierro y en ningun lugar las encuentro...adoro tus pinturas, son las primeras q descubri que me llaman la atencion ya que me encanta pintar pero me falta mucho porque tngo 15 años...sos una gran inspiracion...;)
tomi te admiro y valoro como artista genial que sos.ni hablar que ademas sos rosarino y ademas canaya.un abrazo.
Las casualidades mandan, Diego, y si no mandan habría que dejarlas mandar. Gracias por esquivar árboles y viejas paseando perros, no se que sería de mi sin los lectores concentrados.
Eso es, Fraguita, busque, que el que busca encuentra.
Le agradezco, mi estimado Choropeitor, y relea tranquilo, he escuchado por ahí que leer es, en realidad, releer.
Ojalá que la edad nunca le impida la pintura, Marr. Vaya a buscar los pinceles ahora mismo y póngase a pintar un cuadro, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Se lo digo yo, que no recuerdo un solo día de mi vida en el que no haya hecho un dibujo.
Ser canaya es un verdadero arte, cómplice. Un abrazo de gol para usted.
TOMI, SOY MARCELO DE CORDOBA, QUE ALUCINANTE TODO LO QUE DECIS, TENGO LA GARGANTA ANUDADA,
FUI LECTOR DE LA FIERRO, Y RECUERDO CUANDO ACA EN CORDOBA, SALIERON TUS DIBUJOS EN LA REVISTA LA LUCIERNAGA, QUE ESPECTACULARES TRABAJOS Y QUE COERENTE QUE ERA LA TEMATICA CON EL CARACTER DE LA REVISTA QUE ERA DE LOS CHICOS DE LA CALLE, SALUD HERMANO,
UN ABRAZO DE MARCELO EL CANALLA CORDOBES,
Te mando un abrazo de gol, Marcelo, y te felicito, hacerte fana de Central ha sido todo un acierto de tu parte, porque ser canaya en Córdoba es una auténtica canayada.
Tomi vos dibujaste siempre el Rosario que hoy desde la patagonia añoro y cada tanto visito. Te conocí en persona cuando nos prewentó en Cultura un amigo en común, Julio Vacaflor (vaya personaje también) nunca pierdo la fé de acercarte algún escrito para que con todo respeto si cabe la remota posibilidad lo conviertas en trazos, mil abrazos.
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